13 feb 2009

Sin querer


Y sin querer, me habia vuelto una de esas entidades desconcertantes en medio de la oscuridad. De esas que parecen tener un entendimiento increible sobre todo lo que sucede en su mundo extraño. De esas que parecen siempre haber estado ahi, y siempre haberlo sabido todo, y que son como si hubieran sido hechas con el universo del cual forman parte.

Pensaba todo esto mientras veia al señor que habia entrado al local (el mundo nuevo) y que a su vez observaba todo desconcertado. Miraba para todas partes y preguntaba en voz alta pero cortesmente si habia alguien ahí. Alguien ahí que le pudiera decir la programación de presentaciones de ese mes. Seguramente también se habia quedado impactado por la increible soledad de las mesas vacias con sus sillas vacias, del escenario no iluminado, de la barra despoblada, de la grandiosa y penetrante soledad del Jazz Zone durante el día. Seguramente, como yo, la primera persona a la que vió fue al conserje, quien seguramente estaba acomodando sillas y limpiando el piso que ya parecia limpio, o descansando en una butaca de la que parece que nunca va a salir, porque es como si fuera un mueble más de la soledad de ese lugar.

Después, volteó, y me vió a mi.

Estaba yo con mi trompeta en la mano, sacandole brillo mientras disfrutaba de la melancolia del local sin gente. Solo sentado, en una esquina, probablemente pareciendo un mueble más de la soledad, un símbolo más de otra faceta del jazz o de la arquitectura o del alcohol o de todo junto.

El señor caviló unos segundos, y dijo: Buenos días... ¿me puede decir quién se va a presentar esta noche?

- No. Pero por aquí debe de haber un cronograma o algo así...

De pronto, el conserje se levantó y dijo: ahí, en la pared a su lado.

El señor volteó, y ahí estaba lo que él estaba buscando. Observó, murmuró unas palabras para si mismo, y volteó hacia nosotros. Se despidió y se fue. El conserje se sentó de nuevo, y yo, también. Cogí mi trompeta y empecé a lustrarla, y de nuevo sentí como me tragaba la placentera melancolía de la oscuridad en la que solo relucía mi trompeta. Pero esta vez me sentí un poco distinto. Me sentía justo como un ente más de la oscuridad que me rodeaba, y me hizo sentir bien. Puse la boquilla en la trompeta, y la boquilla en mis labios, y comencé a calentar un poco.