24 abr 2009

Tres Lugares

Detrás de la cama, al costado de la escalera y encima del tejado. Cuando tenía 6 años eran los tres lugares donde me encontrarían si no estaba en la escuela.


Detrás de la cama, entre el mueble de libros y las sábanas, me gustaba esconderme con mis pies bajo la cama. Pondría mis manos sobre el colchón, y jugaría con mis amigos imaginarios. Les contaría qué tal estuvo mi día, y qué tan feliz había sido.


Al costado de la escalera que dirigía al segundo piso de la casa. Echada en el piso, con los brazos y piernas extendidos, me gustaba pensar que la lámpara que colgaba era la luna.


Encima del tejado, entre la ropa blanca que habían lavado, entre mis peluches sin relleno que estaban secando. Ahí conversaba con Dios, y Él me respondía. Le contaba todo.


Pero ahora detrás de la cama, no pienso en otra cosa que aburrirme, y mis amigos ya no son ni imaginarios. Aunque los tuviera ya no tendría qué contarles, y ni hablar de ser feliz…


Al costado de la escalera, hace frío y la lámpara parece que me va a caer encima. Echarme en el piso es incómodo…


Sólo subo al tejado a llorar, cuando no quiero que me vean. La ropa blanca es ahora negra y mis peluches perdieron algo más que el relleno…


Encima de la cama, bajando la escalera, y nunca en el tejado. Esos son los tres lugares donde me encontrarás si no estoy en la escuela. Me he vuelto una persona aburrida, quizás por eso Dios ya no me responde.

5 abr 2009

Mal Gusto


Y entonces la joven de vestido blanco salió de la tienda. Sin comprar nada. Y entró a la siguiente. Y permaneció ahí por minutos, hasta que salió. De nuevo sin comprar nada. Por su cabeza no pasaba más que el miedo. El nudo que había tenido en la garganta todos esos años, se había liberado, y la cuerda estaba lisa como su piel. Pensó en atársela al cuello tantas veces en el pasado, que ahora sonaba más ridículo que seguir viviendo.

La noche anterior, por fin había podido dejar todo eso que la hacía sufrir, y sin embargo cuando se puso el vestido blanco aquella mañana lo sentía sucio. Manchado. Pero estaba impecable.

Algunos años atrás, mientras recorría las calles de la ciudad que la vio nacer, Luciana conoció a Joaquín. Un señor muchos años mayor que ella, carente de atractivo físico. Lo conoció leyendo el periódico, actividad que luego adoptaría también como suya.

Para ese entonces, la muchacha era tan feliz como se puede ser a los 19 años, y lo único que faltaba en su vida, Joaquín parecía dárselo. Así es como decidió mudarse con él, y empezó una vida con su hombre. Una vida distinta a la que había vivido hasta ese entonces, pero una vida más placentera, o al menos eso creía ella.

Si tan sólo hubiera sabido que años más tarde, una noche fría de verano, tras una tonta discusión causada por las amistades de la pareja, ella habría perdido el control de sí y habría asesinado a su amante quizás jamás le hubiera hablado.

Mientras miraba un barquito dentro de una botella en una tienda de recuerdos, Luciana recordó... Joaquín estaba viendo la televisión, mientras ella leía las noticias, y entonces él le comentó: “He escuchado que tus amigas andan comentando que tienes mal gusto con los hombres” seguido de una risa burlona.

Ella muchas veces había tenido que soportar comentarios respecto al físico de su pareja, pero esa noche en especial no tenía ganas de hacerlo.
- Ya cállate hombre, hoy no estoy de humor – le dijo.
- Yo sólo quiero saber si es cierto, si piensas que soy feo - Joaquín replicó algo molesto.
Luciana, ya algo molesta por la discusión y la bola de tensiones atada a su pierna que no hacía más que jalarla hacia lo más profundo, optó por terminar rápido la pelea, y le dijo:
- Pues sí hombre, eres feo, y no me importa. Y ya no quiero seguir hablando de esto. Ya no quiero seguir hablando.

Joaquín se quedó pensando en las palabras de la mujer, y mientras esta se iba de la habitación murmuró para sí mismo:
- Pues tú tampoco eres tan atractiva como las mujeres de tu edad, cariño.

Luciana lo oyó. Y lo pensó. Y luego se volteó y no tuvo mejor idea que estamparle una mano en la cara. Y otra. Y otra. Y luego la palma de su mano se dibujo en un círculo perfecto, y apuntó directamente al estómago. Y entonces el círculo se convirtió en tubo, y empuñó un cuchillo, y apuntó a la espalda.


Joaquín no decía nada.

Luciana dejó la tienda, y entró a otra. A una de antigüedades. Vio a un anciano leyendo el periódico. Le trajo recuerdos de la cara fría de Joaquín, echada en el sofá ahora color guinda. Y su cuerpo ensangrentado. Cubierto con el periódico que había estado leyendo esa mañana. El titular decía: “Científicos de Nueva Zelanda y Japón descubren cebolla que no hace llorar”.

Luciana no había llorado hasta entonces, cuando una lágrima rodó por su mejilla. Recordándole aquella escena que había estado dando vueltas en su cabeza la noche anterior. Cuando tenía 5 años, por la ventana de su cuarto, su madre, quitándole la vida a su padre. Pues la genética es cosa de locos, y Luciana había heredado…

Se limpió la mejilla, y preguntó al anciano cuanto costaba una horrible vasija de plata que estaba colgada del mostrador. “200 dólares, jovencita”. Era horrible, pero era también la horrible excusa para hablarle a aquel hombre que la hacía por un momento pensar que también era humana.

Cuando se dio cuenta del precio de la vasija, se rió para sus adentros. El mal gusto sale caro.

4 abr 2009

Decir sí


Decir sí a la vida, es tener una experiencia nueva en cada flor del mundo, disfrutar cada atardecer rojo, y sufrir cada entierro. Es saber verte grande, y saber verte pequeño. Decir sí a la vida es ser un coleccionista de sentimientos, y un soñador descabellado que ve barcos volando en las nubes alrededor de la luna y escucha las historias increíbles de las estrellas en la noche más oscura. Estremecerse de melancolía con el relato del hombre perdido en la madrugada del desierto, y sonreir llorando en los brazos de un amigo en la euforia del reencuentro. Amarse a uno mismo con pasión, y al mundo con locura. Sufrir y disfrutar de los sentimientos más devastadores y hervir con las coleras más grandes y llorar con las penurias más tristes, y expresar cada una con el pincel y el violin para destruir el mundo con tu tristeza y volver a armarlo con tu amor. Decirle sí a la vida es hacerse grande y hacerse Dios, y tener una mirada de fuego apasionado, para infundir coraje al corazón, y brazos de acero templado para cambiar el mundo con tu voluntad. Vivir con una sonrisa en los labios, y con una lagrima de amor en los ojos.

8 mar 2009

Decisiones


En el mismo instante en el que tomas una decisión, no eres totalmente consciente de todos los cambios que ésta pueda traer, especialmente si involucra a otra persona o grupo de personas. No digo que sea una decisión que no ha sido masticada lo suficiente, más bien me refiero a que puede llegar a dañar a los involucrados. 

Y aun así, la tomas. Al principio no notas un cambio, quizás sientes alivio, miedo o incluso curiosidad hacia lo que viene, pero todavía no te has enfrentado a la nueva situación. Es en el momento en el que tu alrededor empieza a cambiar que tú te das cuenta de que no todo seguirá igual y te preguntas - con la duda recorriendo tu pregunta - ¿Habré decidido correctamente?

Cuando pasas ese estado y sigues seguro del nuevo camino que has de recorrer, ¿qué sigue? Me encuentro en este paso del proceso de la decisión y mi nuevo camino me está esperando; sin embargo, yo no quiero dar mi primer paso en esa dirección. 

Estoy absolutamente segura de que he tomado la decisión correcta por mí y para mí - vale aclarar que es posible que sólo repercuta positivamente en mí. Ahora lo único que queda es atreverme a dar ese paso tan anhelado, pues ya estoy encaminada.